viernes, 8 de marzo de 2013

LA HISTORIA DEL CROASSANT QUE SE ESCONDIÓ TRAS MI TAZÓN

Hace Sol, y también algunas de las nubes de mi vida se van disipando. He venido en bici hasta casa, preguntándome en qué lugar de Barcelona viviría yo si fuera paloma... aunque esa es otra historia que quizá se plasme en este blog algún día. Si, sé que hace tiempo que no escribo, pero os prometo que durante semanas me he sentido sin apenas fuerzas para hacer nada. Cual Popeye con mis espinacas, Asterix con su poción mágica o Contador tras un solomillo clenbuterolado, siento que también va saliendo el Sol dentro de mi.

La entrada de hoy va dedicada a mi amiga Sabela, que lleva tiempo riñéndome por tener el blog abandonado. Me pasó ayer por la noche, cuando viví uno de esos momentos, bastante habituales en mi vida, de "quiero más".

Resultó que paseando por la carretera de Sants topé de frente con unos deliciosos mini-croassanitos de chocolate. Y digo mini porque, en el reino croassanil, el tamaño sí importa y, creédme, a más pequeños más sabrosos. Si pensáis que un angelito apareció en mi hombro derecho y un diablillo en el izquierdo y se desencadenó una lucha a muerte para decidir si compraba o no los croassanitos... estáis equivocados. Todo el ejército de diablos croassaneros venidos de los avernos chocolateros me empujaron a engrosar la lista de deslices cometidos por no resistirme a mi segundo pecado capital preferido: La gula.

Llegué a casa y degusté mi tesoro. Uno a uno los mini-croassanes (un cuarto de kilo, que el nene se cuida) fueron cayendo, cual Falete en "Splash" a lo más profundo de mi precioso tazón azul lleno de leche con Nesquick. Mientras pensaba en mis cosas y veía un interesante documental, no recuerdo en qué canal, sobre la de veces que se intentó matar a Stalin (mala hierba nunca muere), la población de croassanes en su bolsa de papel fue menguando. De los primeros asesinatos croassaniles, nada selectivos, se pasó a un genocidio total, con una vacía y arrugada bolsa de papel como único testigo de mi desmedida gula.

Entonces me entró esa horrible sensación de "quiero más". "¿Por qué no has comprado medio kilo, Jordi? ¿Querer perder algo de peso y estar sin un duro te parece motivo suficiente para haber comprado sólo un cuarto de kilo de mini delicias de chocolate? Acabas de zamparte el villaconejos de los croassanes, cuando tú habrías querido arrasar Manhattan!!

En fín, que no había más croassanes. Creo que la pereza es mi tercer pecado capital preferido, así que dudé un instante entre recoger la mesa ya, o ir directo al sofá y terminar el documental sobre Stalin. Que conste que hay algunas tentaciones a las que sí me resisto, y decidí llevar la taza al lavavajillas.

Sí, amiguitos. En ese momento ocurrió. Fue ese segundo del día que provoca en ti una gran sonrisa. Aparté la taza y, agazapado, estaba ese croassanito remolón que creyó, por un segundo, poder huir de mi cruel asedio a su pueblo-bolsa-de-papel. Sé que estaba haciendo lo mismo que hacía yo cuando mis profes en BUP recorrían la clase con sus miradas para elegir a alguien que saliera a la pizarra: Todos hemos hecho el estúpido gesto de mirar al infinito pensando "no estoy aquí, no estoy aquí, no estoy aquí... si yo no le miro, él no puede verme".

No le sirvió de nada.Lo saboreé más despacio que al resto de sus hermanos, y me supo a gloria.

Creo que todos deberíamos mirar bien alrededor de las tazas de nuestra vida, porque es probable que un croassanito avispado, un trozo de chocolate, o vete a saber qué bonita sorpresa, esté esperándonos. Estamos tan pendientes de tantas cosas, que a menudo vivimos mirando fíjamente al frente, y perdiéndonos gran parte del paisaje, sin mover nuestras tazas ni nuestros platos de sitio, y quizá ahí esté ese croassant que nos falta.

Deberíamos preguntarnos más si miramos en la dirección correcta, si caminamos hacia el lugar correcto, si vamos a la velocidad adecuada. Qué pasa si me paro un rato ? Qué pasa si tomo este desvío ? Qué pasa si quiero bajar la ventanilla y silbar ?

Felices croassanes,




3 comentarios:

  1. Me habría gustado ver una fotografía de tan delicioso croassant, me imaginé su olor, sabor y textura y pude sentir el chocolate invadiendo mi lengua.

    Qué feliz sorpresa, me gustaría a mi también encontrar una en el rincón menos esperado de mi vida.
    Saludos desde México

    ResponderEliminar
  2. Croissanes no, pero olivas aliñadas sí. Digamos que en mi vida se tropezaron conmigo las olivas aliñadas. Fue mirar alrededor del platillo del aperitivo y verlas. Caídas: una aquí, la otra allí...así que decidí que había que mover el platillo.
    Ahora vivo en el reino de las Olivas Aliñadas. Es fantástico.
    Aunque, reconozo que al principio, costó...sí, digamos que costó un poquito. Pero vale la pena...

    ResponderEliminar
  3. Felices croassanes también para ti.

    ResponderEliminar